Miro al cielo y pienso en ti. La lluvia resbala por mi cara, recordándome las caricias caídas en el olvido. Camino lentamente, ya todo me da lo mismo. Cierro los ojos, una lágrima cae por mi mejilla, mezclándose con la lluvia. Me abrazo y me dejo caer en una esquina de esta vacía calle. Hace frío, pero no lo siento. Lo único que siento es este profundo dolor que me oprime el pecho y me dificulta respirar. Y todo por tu culpa. Eras dueño de mi alma, y la has roto en mil pedazos.
La noche tiñe de negro la ciudad vacía. Oscuridad es lo único que veo, eso, y el recuerdo de tu sonrisa grabada en mi mente. Oscuridad en mi corazón, en mis pensamientos, en tus palabras.
Me aovillo.
Oigo el leve rugido de un motor, que rompe el silencio absoluto. Levanto la cabeza, y entonces, diviso un destello. Se mueve, y cada vez es más cercano. Es un coche, e instantáneamente lo reconozco.
Eres tú. En este momento, ansío tenerte en mis brazos. Olvido todo el rencor y el odio que he alimentado en todo este tiempo. Iluminas la noche y la oscuridad que se había apoderado de mí.
Tantas veces he deseado ver tu cara desde que te fuiste… Y ahora aquí estás, has vuelto. Aquí estás, saliendo de tu coche y pronunciando esas palabras que nunca podría haber imaginado que dirías.
-Lo siento.
Esos ojos negros dentellean de amor. Y lo único que hago, y que puedo hacer es, abalanzarme contra tu cuerpo y aferrarme a ti. Me recoges en tus brazos y acaricias mi pelo. Ahora solo me importas tú.
-No me sueltes- Susurro entre sollozos. Solo se me ocurre decir eso, nada de “¿Por qué me hiciste esto?” o “Necesito una explicación”. Tan solo quiero saber si permanecerás a mi lado.
-Nunca más. -
Y con la promesa que formulas contra mi oreja, me haces la chica más feliz del mundo.